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viernes, 13 de abril de 2012

De la Restauración Meiji al Militarismo..

La restauración Meiji es un proceso que sufre el archipiélago japonés durante el siglo XIX, y que además tiene como el acontecimiento más trascendental la eliminación de los “shogunatos”, lo que significaba terminar con el sistema feudal aún existente. Pero la trascendencia es aún mayor debido a que apartarse del feudalismo le significaría un cambio muy importante para una cultura tan tradicional como la nipona. El poder que anteriormente ostentaban los señores feudales iba a recaer sobre una nueva figura política: el emperador.
En los años posteriores se sucedieron cambios significativos en la estructura social existente, la abolición de la élite samurái (guerreros), con su rica tradición, que dedicaba su vida a la defensa de su “señor”, representaría la desaparición de los últimos privilegios feudales, así como costumbres y códigos de honor que pertenecían al arte de los guerreros. Esta transformación política, económica y social permitirá la existencia de la igualdad social y la libertad individual; finalmente se logra también la eliminación del sistema de gobierno (bakufu). Estos cambios marcaron una clara evolución del Estado, impulsando a Japón como una potencia militar, industrial y comercial a nivel mundial; acompañado de un rápido proceso de modernización y occidentalización.
La realidad japonesa se transformará rápidamente mostrando los rasgos de la modernización implantada desde los modelos extranjeros, principalmente a través de los aportes que recibía desde el mundo occidental capitalista; se imitaron modelos, prácticas y estructuras de las potencias europeas, más allá de la necesaria adaptación a la realidad japonesa.
A partir de la década de 1920 y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) se establecerá en el gobierno de Japón la doctrina militarista que se identificaba claramente con los modelos totalitarios establecidos en el centro de Europa. Los conceptos básicos del militarismo consideraban indispensable que el ejército llevara adelante la dirección política del país.
En el Japón de 1920 existía una diversidad de factores que permitieron la consolidación del militarismo: el legado samurái y su tradicional código de honor sentó las bases para la doctrina militarista; la Constitución Meiji (1889) que había dotado al ejército de la posibilidad de acceder directamente al Emperador, lo que le permitía ejercer presión sobre el líder político en lo respectivo a la toma de decisiones; la debilidad del mencionado gobierno cedía terreno a los militares en el aspecto político permitiendo su participación en este ámbito; el ejército nipón manifestaba su descontento debido al sentimiento de humillación con respecto a las relaciones con las potencias occidentales; el sistema político se encontraba polarizado, la fragmentación y enfrentamientos se daban entre las posiciones de izquierda y derecha, situación que perjudicaba el normal desarrollo y funcionamiento del Estado.
También existieron aspectos provenientes del exterior que afectaron estructuralmente la economía local, el principal trastorno fue provocado por la gran depresión producida por la crisis económica originada en EE.UU. en 1929; la influencia de los totalitarismos europeos se hizo muy fuerte y el militarismo japonés se acercó aún más a estos modelos. Por otra parte el militarismo desarrolló una mentalidad expansionista que se reflejó en las invasiones a territorios el sudeste asiático, entre ellos la guerra e invasión al territorio de la vecina China.
El ataque norteamericano a la resistencia japonesa a comienzos de agosto de 1945, y en particular el estallido de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, terminó con el militarismo nipón y abrió una nueva etapa de dominación estadounidense hasta 1951, bajo el mando del general Douglas McArthur. Durante este período los representantes diplomáticos norteamericanos ejercieron el control y el asesoramiento a la nueva administración japonesa, que adquirirá más elementos occidentales en el funcionamiento de sus estructuras. Fue necesario realizar una completa democratización de las instituciones que integraban el sistema político, para ello se procedió a depurar a todos aquellos individuos que habían participado en el proceso militarista. Para el ejercicio de una real democracia se estableció el sufragio universal y fue relevante el otorgamiento al Parlamento del poder supremo que anteriormente ostentaba el emperador.
Se imponía la necesidad de una profunda reforma agraria, pero las medidas adoptadas en este sentido tuvieron un escaso éxito; pero por el contrario en el ámbito laboral se desarrolló una muy importante legislación de las relaciones laborales sentado las bases de la posterior industrialización japonesa que lo llevaría definitivamente a encaramarse como una de las potencias mundiales del planeta.
Si se pretendía realizar una real transformación de las estructuras políticas y económicas no era suficiente el asesoramiento, sino que paralelamente se tenía que realizar una profunda reforma en el sistema educativo que permitiera formar ciudadanos y funcionarios con aptitudes para el desarrollo de funciones en la nueva realidad; la educación decididamente jugó un rol de relevancia en la actualidad del país, transformando las estructuras sociales.
La definitiva apertura de Japón al mundo capitalista occidental y su increíble desarrollo industrial han dejado atrás al sistema feudal en el que estaba inmerso hace no más de siglo y medio.

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